Por lo tanto, cuando hace tiempo se anunció el proyecto Brightburn y apareció el tráiler, los comiqueros exclamamos: “¡Ah, es la historia de Ultraman, la versión mala de Superman!” pero después descubrimos que no era así y que esta era dirigida por David Yarovesky, que ya había experimentado en el terror con The Hive y producido James Gunn (director de Los Guardianes de la Galaxia) y escrita por su hermano Brian y su primo Mark –quedando todo en familia- la cosa se volvió más interesante.
La historia es familiar, muy familiar. Una pareja de granjeros patosos pero muy buena gente ven caer cerca de su granja una nave alienígena y como la mujer es estéril y en contra del sentido común, adoptan al humanoide que venía dentro, al cual crían como su hijo durante doce idílicos años.
Pero Brandon Breyer no es humano por más que lo parezca al
ojo. Una noche, la nave, que los Breyer ocultan en su granero, se activa y
entonces de la da una orden concisa.: Jodete todo el puto mundo.
El Brandon, que ya empieza a sentir comezón en los
pantalones al ver a niñas del salón, se topa con que ha dejado de ser el raro flacucho
de la clase para tener poderes grandiosos y enterarse de que es un dios entre
humanos. Y ahí todo se va a la mierda. El tipejo tiene nula empatía hacia los demás,
incluso hacia sus padres adoptivos y no dejara que nadie se entrometa en sus
plan de destrucción mundial y más cuando se da cuenta que le gusta mucho
asesinar.
Como ya de mencionado, la historia recuerda muchísimo a la de Superman y esto es hecho a propósito, es más, incluso parece basarse en una historia de horror editada por DC en la que un bebe Superman aterriza en la granja de los Kent solo para matarlos brutalmente. Sin embargo, esto juega a su favor, pues da una vuelta de tuerca al género, ya gastado, de tipos en mallas heroicos y guapos para mostrar a un ser superpoderosos con muy malas intenciones, que usa sus poderes en beneficio propio y que disfruta ejercitando la crueldad. Algo realmente terrorífico.
La película no es la gran obra de arte, pero mantiene ese aire de cinta de lado B (sus 7 millones d dólares la hace de bajo presupuesto) sobretodo de las películas de ciencia ficción de los 50’s, en la que los alienígenas presentaban la visión de Apocalipsis. La transformación de un preadolescente pendejo y con nulo carisma en todo un hijo de puta es deudor de cintas de horror clásico como Carrie o más recientes como Thelma, Tenemos que hablar de Kevin e incluso La Huérfana. La dirección es sosegada, directa, que va introduciendo poco a pocos elementes desasosegantes y siniestros mientras cada vez nos hace ver más abominable al niño paliducho. La fotografía es oscura, opresiva y la música acompaña muy bien, aunque a veces es repetitiva.
Las actuaciones, sin dar catedra, son solventes. Jackson A. Dunn como Brandon Breyer interpreta bien a un personaje con el que empieza a sentir empatía pero rápidamente aprendes a odiar. Elizabeth Banks (¡mamacita!) da una gran interpretación de Tori Breyer, la madre adoptiva que adora a su hijo adoptivo y que ese mismo amor materno la ciega ante la verdad. David Denman nos hace sentir la angustia de haber criado a un monstruo y Emmie Hunter es la aterrorizada lolita objeto del deseo de Brandon.
Hay ciertos guiños a la naturaleza de Bradon, como la mención de avispas parasitas que dejan sus crías en colmenas para que las dominen. Y lo peor, al final se descubre, mientras que el ahora llamado Brightburn, en honor al pueblo de su aparición, va destruyendo poco a poco el mundo; que existen más seres superpoderosos –claras referencias a los miembros de Justice League- que están emergiendo y representan el principio del fin de la humanidad.
Obviamente las referencias a los comics son muy fáciles de apreciar, incluso el origen de Brightburn es idéntico al de Goku, en donde una raza extraterrestre de conquistadores manda a sus vástagos a destruir mundo y eso solo hace más jugosa y fácil de entender la cinta.
En resumen, una muy buena película de un horror más clásico,
de miedo a lo extraño, lo desconocido, lo que nos supera y no podemos controlar
y que da una bocanada de aire vital a un género que ya está cansado. Sumamente recomendable.
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